Bogotá está hecha de lluvia

A los bogotanos nos gusta ver llover, siempre y cuando estemos haciéndolo desde una ventana segura, que no sea la de la casa debajo de una montaña a punto de venirse, que no sea la del carro o el bus en medio del trancón, que no sea la de la fábrica a las 5, y cansados. Pero nos gusta ver llover. Y sobre todo cuando cae granizo. Los periódicos publican fotos como esta de abajo, que tomé hoy, cuando se vino el cielo encima, así, literalmente, encima. Qué maravilla.

En vías de extinción

Las tapas de las alcantarillas bogotanas están en vía de extinción. Como los osos panda o las marthas cibelinas. Se las roban.


Si, se las roban. Puede parecer surrealista a cualquier ciudadano del primer mundo, pero es cierto. En Bogotá, en toda Colombia, se roban las tapas de las alcantarillas como se roban los cables de las líneas telefónicas, o hasta los rieles del ferrocarril, esta última una operación a gran escala que hacen con camiones y ametralladoras.


Pero las que permanecen en su sitio, cumpliendo calladas su papel de guardianas, evitando roturas de ejes, de llantas y de piernas, cuidando la vida de los motociclistas, se van llenando de significados. La ciudad va pasando sobre ellas, haciéndolas suyas.


Basta mirar hacia abajo y comienzan a surgir trazos, rasgos, variaciones, versiones. Múltiples posibilidades que juegan con solo dos formas: el círculo y la línea recta. Intentos todos de animar un gris imperturbable.

Las vengo observando hace meses, desde mi bicicleta, me sorprende el valor gráfico que van adquiriendo, la expresión de signos urbanos, de trayectos, de trasuntos...


Me recuerdan la inmensa obra de Manuel Hernández, un signo básico, trascendente, como única e infinita palabra de su lenguaje.


Testigos del laberinto que trazan nuestros viajes, puertas de entrada a mundos inquietantes, trastos olvidados de la civilización, objetos de rapiña.


Muebles perdidos del invisible cotidiano. En fin, continuaremos pedaleando...